Érase una bola de gases y químicos, viajando en el espacio. No tenía orden, pero en ella había una lucha entre fuerzas de naturalezas diversas. Las de atracción buscaban unir a los núcleos de todos los átomos cercanos. Las de rechazo con sus esencia magnética se repelían entre sí. Las demás, variadas en intensidad y con diversas cualidades, buscaron en su ocasión al mejor postor. Y con el cobijo del tiempo, las fuerzas se fueron balanceando, acogiendo paulatinamente cada una su nueva dependencia de las demás.
Y la pequeña bola de gases y químicos creció. Unos pregonan que la bola de gases y químicos creció por si misma; otros especulan que las fuerzas que interactuaron en aquel momento, atraparon a más gases y químicos. Otros más afirman que la bola de gases y químicos se estrelló con otras bolas similares, absorviéndolas, y aumentando su envergadura, potencia y temperatura.
Lo cierto es que llegó un momento en que fuerzas, por el arribo o nacimiento de otras fuerzas, comprimieron a los gases y químicos, formando una masa de otros gases y químicos que se comprimieron. Y con su fuerza, esta masa cazó y absorvió a cualesquiera otras masas de gases y químicos que viajasen en el espacio y estuvieran cerca.
Y ya no érase una bola de gases y químicos viajando en el espacio. Érase una masa grande de sustancias asentada en un espacio, individual, con un futuro lleno de posibilidades, más no certidumbres. Y mientras la masa creció su volumen, la cantidad de reacciones químicas en sus entrañas aumentó, y al poco tiempo se tornó violenta, produciendo explosiones sucesivas de energía pura.
La masa estaba viva, llena de energía en la nada del espacio, y quería tocar a las demás estrellas de la galaxia. Su fuerza, sin embargo, no llegaba tan lejos. Y llegó un momento en que la masa de energía ya no pudo crecer; había llegado al límite de su capacidad individual, como todas las demás masas del universo. Y de repente, sin previo aviso pero con notoriedad, la masa explotó.
Y ya no érase una masa viva, llena de energía. Érase una estrella de energía pura, brillante por sí misma y perdurable en el tiempo. No viviría para siempre, pero si lo suficiente para producir eventos memorables, sucesos que merecen ser recordados, aún y cuando ocurrieren en la nada del espacio, en este pequeño recoveco del universo, tan solo por un momento.
La explosión lanzó pedazos de estrella en distintas direcciones. Algunos pedazos se agruparon y quedaron quietos, como si estuvieren conformes con su destino. Otros pedazos tuvieron trayectorias diferentes y lograron escapar de la fuerza de la estrella de energía pura, viajando por el espacio hasta que llegare el momento de chocar con otras masas, pedazos de bola o estrellas de energía pura. Y otros pedazos no lograron escapar la fuerza de la estrella. Estos últimos, a consecuencia de sus límites, tuvieron que viajar en el confinamiento de un espacio cierto, alrededor de la estrella de energía pura.
Y por un tiempo hubo caos en este rincón del universo. Mientras la estrella de energía pura irradiaba con su calor al espacio, los pedazos que no escaparon su fuerza chocaron entre sí, formando masas nuevas. Fueron tantos los choques, que sólo quedaron unas cuantas masas viajando alrededor de la estrella de energía pura, cada una con una ruta fija pero diferente.
Estas masas eran originales, pero hasta cierto punto. Tenían su propia energía interna y gozaban de su propia fuerza, sí, pero emanaban de la estrella de energía pura, conservando ciertas características inherentes a la misma. Unas masas Unas masas se comprimieron más que otras, y por ende, fueron más sólidas, logrando atraer a su alrededor otras masas más pequeñas, menos fuertes, remanentes del caos creado por la explosión.
Y es en una de estas masas comprimidas, el tercer planeta más próximo a la estrella de energía pura, en donde nuestra historia comenzó.
II